Durante la Segunda Guerra Mundial, hombres, mujeres y niños de toda Europa fueron enviados a Auschwitz-Birkenau en condiciones inhumanas, apiñados en vagones de ganado que recorrían largas distancias en viajes infernales.

En una plataforma conocida como la rampa, los médicos nazis decidían el destino de los prisioneros: algunos eran asesinados de inmediato, mientras que otros eran forzados a realizar trabajos esclavos.
Aunque muchas vías ferroviarias ya no se utilizan, las que aún se encuentran en el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau son un crudo testimonio de la brutalidad sistemática. Más allá del sitio conmemorativo, estos rieles atraviesan campos, hogares y estaciones, recordando los horrores que persisten en la memoria colectiva.
Auschwitz fue el lugar donde murieron 1,1 millones de personas, ya sea en las cámaras de gas o como resultado de enfermedades, hambre y agotamiento. Cerca del 90% de las víctimas eran judías, pero también hubo polacos, gitanos sinti y prisioneros de guerra soviéticos.
El 27 de enero de 1945, las tropas soviéticas liberaron el campo, que había sido establecido en Oswiecim, una ciudad estratégicamente ubicada en el centro de Europa. La infraestructura ferroviaria permitió a los nazis transportar judíos desde países como Bélgica, Francia, Italia y Hungría, entre otros.
En Birkenau, un monumento conmemorativo en forma de vagón de tren honra a los 420.000 judíos húngaros deportados a Auschwitz entre mayo y julio de 1944.

Este lunes, en el 80º aniversario de la liberación, sobrevivientes ancianos de estas atrocidades se reunirán con líderes y miembros de la realeza para rendir homenaje a las víctimas.