Pregunto una vez más: ¿Qué hace que un niño aceche a personas, hombres, mujeres y niños, que no conoce y los asesine? Eso es lo que ocurrió en la Ciudad de David hace unos días.
Si se hubiera criado en un hogar nazi y fuera miembro de la “Hitler Jungend” entenderíamos cómo niños y niñas están preparados para hacer algo así. Sus padres y vecinos nazis habrían celebrado que se convirtiera en adulto.
Cuando Hafez Assad gobernó Siria tomó páginas del manual nazi de “cómo gobernar”.
Vi en televisión cómo hileras de niños y niñas sirios, al frente de perros que habían criado desde cachorros, marchaban hasta una plataforma donde se sentaban sus líderes. Luego demostraban su lealtad al régimen y a la causa clavando una daga a sus queridos compañeros caninos. Estos niños ya estaban preparados para tareas mayores y más grandes. Ya no serían niños.
Sus familias y la sociedad celebraron su “mayoría de edad”.
Siria no es el solo país árabe donde esto ocurre.
El pasado Shabat, un árabe de trece años esperó escondido a que pasaran judíos.
Cuando aparecieron los blancos les disparó por la espalda. Un padre y su hijo fueron alcanzados. El hijo está luchando por su vida en una sala de urgencias.
La familia del niño y toda la Jerusalén árabe estallaron en celebración del niño héroe y de los judíos muertos. Es una escena habitual en Jerusalén. Los mismos celebrantes salvajes volverán al día siguiente a sus puestos de trabajo y a los bancos de la universidad en el oeste de Jerusalén. Puede que incluso sonrían a sus colegas judíos.
El chico es un residente de Jerusalén, donde su familia y sus vecinos viven en la paz, la libertad y las oportunidades que brinda el Estado judío. Estas bendiciones no se encuentran en ningún país árabe y ellos lo saben mejor que nadie. Pase lo que pase, los judíos son odiados. Este odio se fomenta desde la más tierna infancia; en el hogar, la escuela, el vecindario, los medios de comunicación, la mezquita, los políticos… en todas partes, igual que en la Alemania nazi.
Al igual que los judíos racionales de Alemania buscaban desesperadamente una explicación lógica para el odio de sus vecinos, judíos similares de Israel nunca pierden la esperanza de encontrar finalmente esa esquiva razón para los “agravios” de sus vecinos árabes.
¿Más tierra? ¿Más dinero? ¿Trato preferente en el empleo y la educación? ¿Jueces en el Tribunal Supremo? Ya lo hemos intentado.
Nuestros desconcertados judíos siguen buscando esa fórmula mágica que les satisfaga y ponga fin a la sed de sangre judía.
En realidad, ya se intentó en 1993, cuando los acuerdos de “Oslo” trajeron a nuestro peor enemigo a nuestra puerta y lo colmaron de regalos.
¿El resultado? La sangre judía empezó a correr como ríos.
No funcionó, todavía no.
Hay algunos que nunca perderán la esperanza de encontrar ese soborno que les convenza de dejar de matarnos.
Como dijo el Dr. Yossi Belin, uno de los arquitectos de Oslo, en respuesta a una crítica de la fallida apuesta de Oslo: “Simplemente no puedo vivir en un mundo donde no hay esperanza”.
Hay una canción sobre su utopía… parafraseemos:
Un día.
Un día los niños árabes de trece años dejarán de matarnos.
Un día.