A un año de la guerra devastadora contra Israel, que infligió daños profundos a Hezbolá en Líbano, el grupo respaldado por Irán sostiene pagos a sus combatientes y mantiene sus programas sociales. Aquella guerra, que culminó en un alto el fuego, expuso vulnerabilidades graves, pero la organización persiste en sus obligaciones financieras esenciales. Esta resiliencia destaca en un entorno de presiones crecientes.
El asesinato de Hassan Nasrallah, perpetrado por un ataque israelí el 27 de septiembre de 2024, sacudió al grupo chiíta en su núcleo. Sin embargo, bajo el mando de Naim Qassem, su sucesor, Hezbolá preservó su unidad interna. Esta transición rápida evitó un colapso inmediato y permitió una reorganización estratégica en medio del caos.
Hezbolá inició lanzamientos de misiles contra Israel apenas un día después del asalto de Hamás el 7 de octubre de 2023, que cobró la vida de 1.200 personas en el sur de Israel y se saldó con la captura de 251 rehenes. Aquel evento desencadenó una escalada regional que involucró al grupo libanés de manera directa. La respuesta inmediata reflejó alianzas profundas con otros actores.
Israel aumentó sus operaciones contra Hezbolá en septiembre de 2024, seguido de una incursión terrestre en el sur de Líbano durante octubre. Estas acciones eliminaron a líderes clave y arrasaron bases e infraestructuras fronterizas. El alto el fuego de noviembre marcó una pausa, aunque el daño acumulado alteró el equilibrio de poder.
Hezbolá optó por la neutralidad en el enfrentamiento de junio entre Israel e Irán, sus principales aliados. Esta decisión estratégica evitó mayores pérdidas en un momento de debilidad. Al margen de la guerra, el grupo priorizó su recuperación interna sobre intervenciones externas riesgosas.
Mientras crece la demanda internacional para que Hezbolá se desarme, Estados Unidos aplica medidas para asfixiar sus recursos económicos. Estas iniciativas buscan aislar financieramente al grupo y limitar su influencia. La presión combinada amenaza la sostenibilidad de sus operaciones a largo plazo.
El enviado estadounidense Tom Barrack reveló que Hezbolá recibe $60 millones mensuales desde el alto el fuego de noviembre. Esta afluencia constante sostiene sus actividades pese a las sanciones. Tales fondos subrayan la complejidad de las redes que el grupo mantiene activas.
Miembros de Hezbolá y beneficiarios de sus servicios confirmaron, en conversaciones anónimas con AFP, que la organización cumple sus compromisos financieros. La sensibilidad del tema exige discreción, pero sus testimonios revelan una continuidad operativa. Esta lealtad interna fortalece la cohesión del grupo.
Los combatientes perciben salarios mensuales en efectivo que oscilan entre 500 y 700 dólares, cifras que superan el mínimo libanés de 312 dólares. Estas remuneraciones aseguran lealtad y motivación en tiempos de adversidad. El pago puntual refleja una prioridad en el bienestar de sus fuerzas.
Las familias de los mártires de Hezbolá obtienen estipendios que cubren alquileres y necesidades básicas. Además, la extensa red de escuelas, hospitales y entidades benéficas del grupo lo posiciona como uno de los mayores empleadores en Líbano, según el experto Joseph Daher. Esta infraestructura social amplifica su influencia comunitaria.
Hezbolá enfrenta tensiones políticas y económicas intensas, aunque Daher advierte sobre la dificultad de medir su impacto exacto. Las presiones externas erosionan recursos, pero el grupo adapta sus estrategias para mitigar pérdidas.
Desde el alto el fuego, Hezbolá destinó mil millones de dólares a 50.000 familias afectadas por la guerra, según una fuente interna. AFP no verificó estas cifras de manera independiente, pero el esfuerzo ilustra un compromiso con la recuperación social. Tales inversiones buscan restaurar la confianza en las comunidades chiítas.
A diferencia de la posguerra de 2006, donde Hezbolá lideró la reconstrucción sureña, Qassem insiste en que el Estado financie los esfuerzos actuales, que aún no inician. Esta postura transfiere la carga al gobierno libanés y alivia presiones internas. El cambio marca una evolución en la doctrina del grupo.
Con la formación de un gobierno prooccidental este año y la erosión del dominio político de Hezbolá, Beirut endurece el escrutinio sobre sus transacciones financieras. Estas medidas regulatorias complican flujos ilícitos y exponen vulnerabilidades. La nueva dinámica política acelera el aislamiento del grupo.
La caída de Bashar al-Assad en diciembre interrumpió rutas de suministro y transferencias desde Irán, aliado histórico de Siria. Hezbolá perdió accesos clave a través de fronteras porosas, lo que afectó envíos de armas y fondos. Este evento geopolítico generó un vacío logístico profundo.
Autoridades libanesas incrementaron controles sobre divisas entrantes, especialmente de Irán, y el banco central vetó operaciones con Al-Qard al-Hassan, entidad ligada a Hezbolá. Israel destruyó sucursales de esta institución durante dos meses de guerra intensa en 2024 y devastó enclaves sureños y beirutíes. Las represalias aéreas aceleraron el declive financiero.
Un cliente de Al-Qard al-Hassan, que intercambia depósitos de oro por créditos y sirve a la comunidad chiíta, temió perder su garantía durante la ofensiva. Sin embargo, recuperó sus bienes tras saldar el préstamo. Aquello alivió ansiedades colectivas. Esta experiencia personal ejemplifica la fragilidad de tales sistemas.
Expertos destacan que Hezbolá depende de redes empresariales, socios comerciales y envíos de efectivo desde el exterior. El Líbano suspendió vuelos directos desde Irán en febrero. Aquella suspensión cortó un canal vital. Además, revisiones más rigurosas a pasajeros de Irak y otros países restringen conductos alternos para el grupo.
Estados Unidos acusa a Hezbolá de obtener fondos mediante empresas globales, narcotráfico y diamantes de sangre africanos. Países occidentales y del Golfo lo vinculan también al tráfico de captagon, alegación que el grupo rechaza. Estas imputaciones internacionales intensifican esfuerzos para desmantelar sus ingresos ilícitos.
La comunidad global reconoce que Hezbolá florece en economías débiles, inestables y dominadas por el efectivo, como advierte Sami Zoughaib de Policy Initiative en Beirut. El colapso libanés desde 2019 favorece transacciones opacas que el grupo explota.
Daher explica que Hezbolá aún capta ingresos vía firmas registradas en Irak y Líbano, junto a empresarios afines en otros países. Un informe canadiense de este año sugiere que el grupo emplea negocios, criptoactivos, transferencias y donaciones para canalizar fondos salientes de Canadá. Estas vías diversificadas mitigan impactos de sanciones puntuales.
El derrocamiento de Assad representa el golpe financiero más severo para Hezbolá hasta la fecha, según Daher. Anteriormente, el efectivo y las armas cruzaban con facilidad la frontera sirio-libanesa, mientras el contrabando de bienes generaba ganancias adicionales. Las autoridades islamistas sirias, hostiles a Irán y al grupo, erradican tales prácticas con firmeza.