Irónicamente, fue la devastadora explosión del 4 de agosto la que diezmó el Puerto de Beirut, empujando a Líbano a una crisis económica sin precedentes, lo que llevó al gobierno del país a comprender que la única manera de salvar a Líbano de la completa ruina económica era aprovechar las reservas de gas natural del país en alta mar.
Algunas zonas en las que se ha descubierto gas están en disputa con Israel, que ha impedido que los grandes conglomerados energéticos sigan adelante con sus actividades en las aguas económicas de Líbano, creando así una muy necesaria corriente de ingresos para Beirut.
Es lógico pensar que, si no hubiera ocurrido la explosión en Beirut, el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, se habría escarmentado, afirmando que “en ninguna circunstancia su organización permitiría ningún tipo de negociación con la entidad sionista, ya que Hezbolá se opone a cualquier medida que pueda implicar la normalización de los vínculos con la entidad llamada ‘Israel’”.
Pero incluso Nasrallah y, por extensión, el grupo terrorista chiíta apoyado por Irán que efectivamente controla Líbano, sabe que impedir las conversaciones para resolver la disputa sobre las fronteras marítimas entre Israel y Líbano significa considerar que las arcas de Beirut permanecen vacías, posiblemente durante décadas.
Además, Hezbolá, que a menudo se declara un grupo patriótico, no es ajeno a las crecientes críticas que se le hacen entre las personas cuyos intereses dice proteger.
Los círculos liberales de Líbano exigen desde hace mucho tiempo que Hezbolá se desarme y permita al ejército libanés hacer su trabajo, y el hecho de que los Estados Unidos y muchos miembros de la Unión Europea ya no diferencien entre sus alas políticas y militares, sino que hayan designado a Hezbolá como un grupo terrorista, se suma a la presión a la que está sometido Nasrallah.
Por eso ha guardado silencio cuando el gobierno libanés declaró que perseguiría la resolución de las fronteras marítimas en disputa a través de conversaciones indirectas con Israel.
Los políticos de Líbano, incluidos los miembros de Hezbolá, mencionan que el grupo se abstiene de intervenir en el asunto porque se trata de una negociación civil celebrada bajo los auspicios de la ONU y de elementos políticos de terceros, y porque no se trata de un acuerdo que podría, el cielo no lo quiera, conducir a una especie de normalización entre países.
Sin embargo, dada la normalización entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, con nuevos países árabes que, según se informa, buscan un acercamiento al Estado judío, y con los saudíes que ahora permiten que los vuelos israelíes viajen por su espacio aéreo, ni siquiera Hezbolá puede negar el hecho de que Medio Oriente está cambiando.
En un Medio Oriente en el que Israel, Egipto, Jordania y la Autoridad Palestina dejan de lado las disputas a favor de la cooperación económica y energética con Grecia y Chipre, está claro para los líderes de Líbano que si siguen bailando al son de una milicia terrorista corrupta se quedarán atrás a medida que la región avance.