El presidente de EE.UU., Joe Biden, afirmó la semana pasada que una invasión rusa de Ucrania “podría ser la mayor invasión desde la Segunda Guerra Mundial” y advirtió de las dramáticas consecuencias de tal medida, diciendo que, si Rusia sigue adelante con sus planes, considerará la posibilidad de imponer sanciones al presidente Vladimir Putin, personalmente.
Es difícil predecir cómo se desarrollará la crisis entre Rusia y Ucrania; si pasa de la retórica beligerante y la proyección de la fuerza a una confrontación militar real, y si es así, con qué alcance, naturaleza y duración.
Las declaraciones de EE.UU. sobre la crisis, su llamamiento a los estadounidenses en Ucrania para que abandonen el país y las medidas que ha tomado junto con sus aliados indican que Washington cree realmente que podría producirse una invasión rusa de Ucrania en pocos días. Por otra parte, los agitados esfuerzos diplomáticos de Estados Unidos para evitar las hostilidades son algo más que un movimiento estándar en el “juego de la culpa” internacional, más bien reflejan el hecho de que la administración Biden todavía cree que los planes de guerra rusos pueden ser detenidos.
Sin embargo, en el peor de los casos, la guerra entre Rusia y Ucrania ocupará el centro de la agenda mundial. La Casa Blanca tendrá que dar prioridad a tratar con Rusia, y los ecos de la guerra se proyectarían mucho más allá de las fronteras de Europa, afectando a la política exterior, los conflictos y las crisis en otras partes del mundo. También hay que tener en cuenta el impacto en la economía mundial, así como una serie de otras ramificaciones, todo ello mientras el mundo se tambalea por el último resurgimiento de la pandemia del coronavirus.
Sin embargo, aunque la crisis actual termine sin un enfrentamiento militar y sí con concesiones por parte de Estados Unidos y Occidente, podría afectar al equilibrio de poder mundial. Estados Unidos tendrá que temer entonces la erosión de su imagen disuasoria, mientras que Rusia se fortalecerá.
Puede que Ucrania esté en el ojo del huracán, pero como ocurre en cualquier crisis que implique a las potencias mundiales, también este conflicto tiene sus raíces más allá del escenario en el que se libra.
Rusia quiere recuperar su gloria pasada y consolidar su posición como potencia mundial cuyos intereses marcan la agenda global. Quiere detener lo que percibe como un cambio en el equilibrio de poder regional tras el despliegue de las fuerzas de la OTAN en Europa del Este y los lazos que Estados Unidos está fomentando con los antiguos estados de la Unión Soviética. Las exigencias del Kremlin, detalladas en los comunicados de prensa de la Casa Blanca, incluyen la retirada de las fuerzas de la OTAN de Europa del Este y el compromiso de que no se permita a Ucrania ingresar en la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Sin embargo, los intereses de Rusia son más profundos: busca liberarse de las sanciones estadounidenses que están paralizando su economía. La lista de sanciones es larga y se ha visto agravada por la anexión de la península de Crimea en 2014, así como por las acusaciones que sugieren que Rusia interfirió en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 y cometió ciberdelitos.
El tema de las sanciones también surgió en una conversación entre Biden y Putin el pasado mes de diciembre, y ambos líderes acordaron mantener un diálogo sobre la cuestión.
Por otra parte, Estados Unidos y Occidente están preocupados por las acciones de Rusia cerca de la frontera de Ucrania, y otros países también se esfuerzan por ver a Rusia retirar sus fuerzas de la zona, así como por crear zonas desmilitarizadas e imponer restricciones de armas.
A pesar del despliegue masivo de fuerzas en la frontera ucraniana y de los vientos de guerra que soplan en la región, todavía hay esperanzas de una solución diplomática que evite un enfrentamiento militar. Sin embargo, los informes de los medios de comunicación sugieren que no se han ofrecido garantías que satisfagan las opiniones de Rusia sobre el despliegue de la OTAN, y el destino de las cuestiones relacionadas con Ucrania sigue sin estar claro.
Si se produce una invasión rusa y posteriormente se imponen sanciones a Moscú, Israel puede verse obligado a elegir un bando. Si eso ocurre, Jerusalén debe esforzarse por mantener las buenas relaciones que mantiene con todas las partes implicadas en la crisis, y formular su posición en consecuencia.
En el frente nuclear, sin embargo, la preocupación de Israel es doble: debe asegurarse de que los iraníes no exploten el hecho de que las potencias mundiales hayan desviado su atención para acelerar su carrera hacia el arma nuclear; mientras que, al mismo tiempo, debe permanecer vigilante para que Estados Unidos no utilice la crisis con Rusia como justificación para hacer concesiones con respecto a Irán.
La cartografía de las disputas entre Rusia y Estados Unidos plantea una larga lista de cuestiones complicadas y difíciles, entre las que se encuentra la cuestión siria que, aunque aparentemente no está relacionada con este conflicto, podría ofrecer una oportunidad para lograr algún éxito político y, potencialmente, una forma de que ambas partes den marcha atrás en su retórica.
Como incentivo para un acuerdo global que conduzca a la salida de Irán y de las fuerzas del eje chiíta de Siria, EE.UU. podría ofrecer a Rusia suavizar las sanciones, lo que permitiría a las empresas rusas operar en Siria, rehabilitar las infraestructuras y cubrir otras necesidades que actualmente tiene Irán.
Esta sería una situación en la que Israel y la mayoría de los países suníes saldrían ganando. Es cierto que se trata de una cuestión relativamente minúscula en el esquema más amplio de las tensiones entre las potencias mundiales, y que no toca la causa de la crisis actual, pero puede ser una introducción positiva a otras negociaciones.
También es posible suscribir un enfoque más cauto que prefiera desconectar completamente el conflicto en Europa de las disputas en Oriente Medio. En ese caso, sin embargo, conviene recordar que cuando se trazan los intereses de las potencias mundiales, todo está incluido.