El presidente egipcio está preocupado. Dos de los principales exportadores de trigo del mundo –Rusia y Ucrania– están enzarzados en una sangrienta guerra, y los costes de fabricación no dejan de aumentar.
El precio de una barra de pan, subvencionada por el Estado, ha subido de 75 céntimos a una lira egipcia. Esto ha puesto al presidente Abdel-Fattah el-Sissi en un aprieto: Millones de egipcios tendrán que luchar para alimentar a sus hijos, o el presupuesto nacional se verá aún más presionado.
El mes pasado se cumplieron nueve años de la llegada al poder de el-Sissi. El ex oficial del ejército esperó pacientemente entre la maleza mientras el ya fallecido ex presidente Mohamed Morsi destituía al ex mariscal de campo Hussein Tantawi. Morsi, representante de la Hermandad Musulmana, había nombrado a Tantawi ministro de Defensa y presidente del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, quizá pensando que no supondría una amenaza para él. Se demostró que Morsi estaba equivocado: Alrededor de un año después, estallaron protestas callejeras masivas y El-Sissi lanzó un ultimátum que dio lugar a un golpe militar.
El-Sissi aprendió la lección. En las últimas semanas se ha reunido con una serie de líderes de los Estados del Golfo para apuntalar el generoso apoyo financiero a la economía egipcia. Además, los medios de comunicación árabes han informado de una rápida revisión del alto mando del ejército egipcio, en la que, entre otros movimientos, se ha sustituido al comandante del Segundo Ejército de Campaña. Con ello, estos movimientos también podrían haberse derivado de los fracasos del ejército en la guerra contra el grupo terrorista Estado Islámico en la península del Sinaí.
La Primavera Árabe también proporcionó a el-Sissi una hoja de ruta. Las manifestaciones que estallaron a finales de 2010 en Túnez y se extendieron por toda la región fueron provocadas por las tensiones entre los defensores del Islam político y los regímenes conservadores. Durante años, los primeros habían sido apoyados por Qatar y Turquía. Sin embargo, Ankara y Doha, cada uno por sus propios motivos, están volviendo poco a poco al redil suní moderado.
El-Sissi se alegró de recibir al emir qatarí, el jeque Tamim bin Hamad Al Thani, el mes pasado en El Cairo. No tardará en reunirse también con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Para el-Sissi, en su objetivo de aislar a los Hermanos Musulmanes, el fin justifica los medios.
El príncipe heredero saudí Mohammed Bin Salman, por su parte, tiene su propia lista de preocupaciones. Un 40% de la población saudí tiene menos de 30 años. Si no se ocupa de su bienestar, podrían rebelarse contra él y exigir derechos políticos. Esto es doblemente cierto con respecto a la población chiíta del norte del país, que ya se rebeló en 2011.
En este contexto, el príncipe heredero ha expuesto su visión para 2030 y ha empezado a alimentar los sueños occidentales del público. El hombre que fue rechazado por Occidente tras el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en Estambul está a la espera del fallecimiento de su padre de 86 años.
¿El público saudí podría aprovechar el tiempo entre el fallecimiento del rey y la coronación de Bin Salman para exigir derechos?
Aunque la cumbre militar de Sharm el-Sheikh en marzo y los esfuerzos diplomáticos de el-Sissi y Bin Salman se han presentado como un intento de formar un frente contra Irán, estos esfuerzos están motivados por preocupaciones más primarias.
El aumento del coste de los alimentos podría hacer resurgir la Primavera Árabe de su letargo. No hay duda de que la amenaza de Irán es real, desde los drones capaces de atacar las refinerías de petróleo en Arabia Saudita, hasta los misiles balísticos y la carrera hacia la bomba nuclear. Sin embargo, parece que el verdadero motor del proceso de normalización con Israel es el “enemigo” interno. Sin una estrecha cooperación, los tronos de estos gobernantes están en peligro.