Trágicamente, muchos enfermos terminales pueden ser mantenidos con vida aunque sufran mucho a causa de su enfermedad o, alternativamente, permanezcan en estado comatoso o vegetativo durante mucho tiempo. Uno de los elementos tecnológicos fundamentales que les permite seguir con vida es un ventilador mecánico (o “respirador”) que les proporciona respiración artificial. Este tratamiento invasivo mantiene al paciente oxigenado e intactas las estructuras pulmonares.
En situaciones ideales, el ventilador sirve de “puente” para ayudar a los pacientes a superar un periodo difícil hasta que se les pueda retirar este soporte artificial. Sin embargo, con frecuencia el respirador puede mantener la respiración durante mucho tiempo incluso cuando no hay esperanzas de recuperación. En tales circunstancias, el respirador se convierte en un “puente a ninguna parte”, lo que plantea la cuestión de si la respiración artificial puede detenerse para permitir que la naturaleza siga su curso.
En general, la ley judía apoya el empleo de medidas paliativas para reducir el sufrimiento, como las que se utilizan en los hospicios. Esto incluye incluso el aumento gradual de las inyecciones de morfina, siempre que se pretenda reducir el dolor y no acelerar la muerte del paciente. Al mismo tiempo, la ley judía prohíbe el suicidio o los llamados “homicidios piadosos”. Por este motivo, Israel y muchos otros países no permiten la eutanasia activa ni siquiera el modelo ligeramente más moderado del suicidio asistido por un médico, en el que los profesionales sanitarios proporcionan las herramientas necesarias para que el paciente se quite la vida.
La ley judía sobre retirar o negar el tratamiento a los enfermos terminales
Sin embargo, los bioeticistas judíos discrepan significativamente en lo que respecta a la “eutanasia pasiva”, que puede consistir en negar o retirar el tratamiento a un enfermo terminal. En el siglo XVI, el rabino Moshe Isserles codificó tres principios fundamentales relativos al tratamiento de los pacientes que se acercan a la muerte (goses): (1) No se debe hacer que mueran más lentamente; (2) No se puede realizar ninguna acción que acelere la muerte; (3) Se puede retirar algo que simplemente esté dificultando la partida del alma. Desgraciadamente, estos principios están sujetos a distintas interpretaciones. Los ejemplos que se dan en el código, como poner sal en la lengua y las llaves de la sinagoga bajo la almohada, siguen siendo difíciles de corresponder con las tecnologías modernas, por no decir otra cosa.
En cuanto a la retención de tratamientos médicos, el rabino Eliezer Waldenburg y otros sostenían que el valor de cada momento de la vida sigue siendo infinito y absoluto. Por lo tanto, hay que administrar, incluso en las circunstancias más miserables, todas las intervenciones para prolongar la vida, incluido un respirador, aunque sea en contra de la voluntad del paciente. En la actualidad, la corriente dominante sigue las opiniones de los rabinos Shlomo Z. Auerbach y Moshe Feinstein, que afirmaban que se puede negar el tratamiento para prolongar la vida a los enfermos terminales que experimentan una angustia intensa.
Siguiendo esta línea de pensamiento, uno puede rellenar un testamento vital halájico para permitir, en casos de enfermedad terminal y sufrimiento, la retención de tratamientos para prolongar la vida, como la reanimación (DNR) o la incubación (DNI). Siguiendo el mismo razonamiento, también se puede optar por retener la siguiente ronda de tratamientos intermitentes o cíclicos, como la diálisis o la quimioterapia, lo que se considera un acto de omisión. Algunos legisladores afirman que las sustancias básicas para el mantenimiento del cuerpo, como el oxígeno, la nutrición y la hidratación, no se pueden suprimir nunca. Otros, como los rabinos Zalman Nechemia Goldberg, Mordejai Willig y Hershel Schachter, consideran que se trata de tratamientos médicos que el paciente o sus representantes pueden decidir no administrar. El objetivo principal de la asistencia en esta fase debe ser mantener la comodidad del paciente.
Cuando los médicos administran un mecanismo continuo para prolongar la vida, como un respirador, resulta más difícil retirar este tratamiento. El antiguo rabino jefe sefardí de Tel Aviv, Chaim David Halevi, clasificó el respirador artificial como un mero impedimento para la muerte que los médicos deben desactivar para evitar la prolongación inadecuada del proceso de muerte. El enfoque más mayoritario, defendido por los rabinos Auerbach y Feinstein, sostiene que no se puede retirar un respirador artificial, ya que ello aceleraría directamente la muerte del paciente, aunque la intubación ya no se considere médicamente aconsejable. Sin embargo, no sería necesario volver a conectar la máquina si de todos modos hubiera que interrumpir su funcionamiento para darle servicio o succionar al paciente.
Para evitar prolongar la muerte de los pacientes intubados, se aconsejan dos posibles soluciones. En primer lugar, muchos decisores permitirán la extubación si el paciente no va a morir inmediatamente. Algunos creen que la persona tendría que ser capaz de sobrevivir durante dos días. Muchos otros, sin embargo, hablan de “un número de horas”, o incluso menos, para que el paciente permanezca estable.
Otra posible solución fue respaldada por los rabinos Auerbach, Willig y Shmuel Wosner, que permiten que la tasa de oxígeno del respirador se reduzca cuidadosamente al nivel que se encuentra en el aire normal que respiramos, siempre que el paciente pueda seguir respirando por sí mismo. Por desgracia, estas dos soluciones no siempre son posibles desde el punto de vista logístico y, como ocurre con muchas cuestiones de la ley judía, no todos los legisladores están de acuerdo con ellas.
En 2006, un comité de 59 miembros que representaba a todo el espectro ideológico israelí, dirigido por el estimado profesor Avraham Steinberg, intentó elaborar una política nacional halájicamente defendible sobre los respiradores y los cuidados al final de la vida. El comité Steinberg propuso una posición de compromiso que ordenaba el funcionamiento de todos los respiradores con temporizador, permitiendo así que se apagaran automáticamente, en caso de que el comité del hospital considerara apropiado este acto de omisión dado el estado del paciente.
Por desgracia, el sistema sanitario israelí no ha sido capaz de aplicar esta propuesta. En su ausencia, muchas familias se quedan sin una solución adecuada, mientras que algunos proveedores de asistencia sanitaria pueden tomar medidas que son más cuestionables según la Halajá (o la ley israelí). Cabe esperar que el nuevo gobierno aborde esta cuestión y aporte una solución adecuada a esta difícil situación.