PReocupaciones sobre el futuro de los programas de adquisición, como el caza Next Generation Air Dominance (NGAD), cuyos costos estimados podrían alcanzar los 250 millones de dólares por unidad.
Durante mucho tiempo, el ejército de los Estados Unidos ha orientado sus adquisiciones hacia sistemas de armas grandes y costosos, centrando su atención en plataformas de alto coste. Ejemplos de estas plataformas incluyen el portaaviones, el F-35 y el tanque Abrams, que han sido fundamentales en la planificación de las estructuras de fuerza, sistemas y estrategias militares. Sin embargo, este enfoque ha venido acompañado de un aumento constante en los costes de dichas plataformas.
La cuestión que se plantea es si estas inversiones en plataformas de alto coste son la mejor opción para garantizar la seguridad futura. En el ámbito de la aviación militar, durante años la atención se ha centrado en la adquisición de aviones furtivos costosos, como el avión de combate F-35. Este programa ha sido objeto de considerable escrutinio, en parte por los desafíos financieros y operativos que ha enfrentado.
Los acontecimientos recientes, como la iniciativa de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de explorar un concepto de caza furtivo más ligero, sugieren que podría estar en marcha un cambio significativo en la forma en que se estructura el poder aéreo estadounidense en los próximos años.
En su momento, el programa F-35 fue aclamado como el pináculo de la tecnología en aviones de combate. Sin embargo, ha pasado a ser un ejemplo de los problemas que pueden surgir durante el desarrollo de tecnología militar avanzada. A pesar de sus grandes expectativas iniciales, el programa ha sido criticado debido a sus elevados sobrecostos, alcanzando un coste unitario aproximado de 82,5 millones de dólares por avión.
No obstante, ese no es el costo total. Las exportaciones exponen más claramente estos gastos, y cuando se añaden todos los factores, el precio final de cada avión puede llegar a unos 120 millones de dólares. A pesar de ello, estos altos costes ya forman parte del pasado, y no queda más remedio que asumirlos, independientemente de su magnitud.
Más preocupante es el futuro de los programas de adquisición, como el caza Next Generation Air Dominance (NGAD), cuyos costos estimados podrían alcanzar los 250 millones de dólares por unidad. Si estas proyecciones resultan ser ciertas, la viabilidad financiera del programa podría verse seriamente comprometida.
Estos costos no solo afectan los presupuestos de defensa, sino que también limitan las capacidades operativas de las fuerzas armadas, ya que reducen el número de unidades que se pueden adquirir y mantener, comprometiendo la preparación para escenarios de espectro completo y restringiendo la flexibilidad operativa.
Los desafíos técnicos y operativos del F-35 cuestionan su viabilidad
Un riesgo técnico significativo acompaña las adquisiciones del programa F-35, afectando su efectividad operativa. Uno de los principales problemas ha sido el Sistema de Información Logística Autónoma (ALIS), que inicialmente fue diseñado para optimizar el mantenimiento y la logística de las aeronaves. Sin embargo, este sistema ha resultado ser tan problemático que se ha comenzado a reemplazar con la Red Integrada de Datos Operativos (ODIN), un sistema más nuevo que busca corregir las deficiencias de su predecesor.
A pesar de este esfuerzo por mejorar, la tasa de capacidad de misión de los F-35 se mantiene en un preocupante 50-60%, muy por debajo del objetivo del Departamento de Defensa de alcanzar una capacidad operativa del 80% en los sistemas considerados críticos para las misiones. Esta situación está lejos de ser la deseada para un programa de esta magnitud y relevancia estratégica.
Además de los problemas logísticos, el F-35 también ha requerido actualizaciones constantes de software y un mantenimiento de hardware complejo, lo que contribuye al aumento de costos y a las demoras en la obtención de su plena capacidad operativa. Estos obstáculos resaltan no solo las dificultades de integrar tecnología avanzada en los sistemas militares, sino también los riesgos inherentes a confiar en una plataforma única y costosa para una variedad de misiones militares.
En el ámbito operativo, el F-35 ha enfrentado retos significativos. Aunque se diseñó como una aeronave de alta tecnología para la guerra moderna, en la práctica, su utilización ha sido menos impresionante de lo que se esperaba. Por ejemplo, en el conflicto en Afganistán, el F-35 se ha utilizado principalmente como un «camión bomba», lanzando municiones guiadas con precisión en entornos de baja amenaza, un rol que no aprovecha sus capacidades tecnológicas avanzadas.
Este uso destaca una desconexión entre las capacidades del F-35 y las necesidades operativas de muchos de los conflictos actuales. El despliegue de una plataforma tan costosa y tecnológicamente avanzada en conflictos de baja intensidad plantea serias dudas sobre la rentabilidad y la justificación de utilizar un avión de estas características para funciones que podrían ser realizadas por alternativas mucho menos costosas.
Surgen interrogantes sobre si se despliega el F-35 en estos escenarios simplemente para validar su relevancia o para asegurar que se justifiquen las enormes inversiones realizadas en su desarrollo. ¿Es razonable destinar un recurso tan valioso a operaciones donde otras plataformas más económicas podrían lograr resultados similares? La viabilidad de esta estrategia sigue siendo un tema de debate en los círculos de defensa y política militar.
Estrategia militar china prioriza costo y producción masiva de aviones
La pregunta es si la apuesta por inversiones costosas en infraestructura y tecnología es la única opción viable para asegurar una ventaja militar. Tomemos como ejemplo la estrategia de China en el ámbito de la aviación militar, donde la relación costo-beneficio y la producción rápida son pilares fundamentales.
Los cazas de quinta generación del país asiático, como el J-20, han sido desarrollados con un presupuesto significativamente inferior al de sus equivalentes estadounidenses. Algunos críticos argumentarán que la razón de estos menores costos se debe a que “China robó los diseños estadounidenses”. Sin embargo, esa afirmación simplifica una cuestión mucho más compleja.
La pregunta es: ¿por qué China también puede construir carreteras y puentes a precios más bajos? ¿Nos han robado también esos diseños? El verdadero problema que debe analizarse en Estados Unidos es el altísimo costo de producción en el país, y este análisis excede el marco de este artículo, probablemente necesitando un libro entero para abordarlo.
Gracias a su enfoque de menores costos, China puede integrar una mayor cantidad de aviones avanzados en su flota militar, lo que podría alterar el equilibrio de poder en la región de Asia-Pacífico sin enfrentar la carga financiera que soporta Estados Unidos.
La estrategia de China se basa en un enfoque pragmático hacia la modernización militar, priorizando la producción masiva de sistemas tecnológicamente avanzados, pero no a cualquier costo. Esto le permite al Ejército Popular de Liberación (EPL) mantener una ventaja numérica y desarrollar capacidades específicas adaptadas a sus necesidades, en línea con su pensamiento de Acceso Denegado/Área Denegada (A2AD). Esta ventaja numérica podría ser decisiva en caso de un conflicto en la región.
Fuerza Aérea de EE. UU. reconsidera enfoque hacia cazas más accesibles
A pesar de los numerosos desafíos, no todo son noticias negativas. La Fuerza Aérea de Estados Unidos ha presentado señales alentadoras, sugiriendo que podría estar revisando su enfoque sobre el poder aéreo. El general David W. Allvin, jefe del Estado Mayor, reveló en la Conferencia Global de Jefes del Aire y el Espacio un nuevo concepto que contempla un caza furtivo ligero. Aunque el diseño de este avión sigue enfocado en mantener una baja detectabilidad, se perfila como una opción más pequeña y posiblemente más económica que los cazas actuales.
La visión de Allvin se centra en la idea de «construir para adaptarse» en lugar de «construir para durar». Este enfoque destaca la importancia del desarrollo de iteraciones de software común que puedan ser implementadas en varias plataformas. Con ello, se pretende reducir el protagonismo -y el costo- del hardware, permitiendo que los cazas tripulados sean más «desechables», y concentrando el avance tecnológico en software de rápida evolución.
Sin embargo, términos como «desechable» y «atribuible» están ganando terreno en los círculos de defensa de Estados Unidos. Desde la perspectiva de un contribuyente, el concepto de que un avión de 10 millones de dólares sea considerado «atribuible» resulta difícil de aceptar. De igual manera, no parece lógico que un misil antiaéreo cueste 3 millones de dólares por unidad, aunque puede que esta percepción sea solo una cuestión personal.
El enfoque que Allvin plantea se alinea con las propuestas previamente sugeridas por otros altos mandos de la Fuerza Aérea. El ex jefe del Estado Mayor, general Charles Q. Brown Jr., había defendido la idea de un caza de “diseño limpio”, el cual fue descrito como una aeronave de «cuatro generaciones y media o quinta generación menos». Este avión sería lo suficientemente asequible como para reemplazar al F-16, al tiempo que ofrecería una solución ante las preocupaciones sobre la masa de combate en posibles conflictos contra adversarios similares como China.
El creciente énfasis en la adaptabilidad, el control de costos y la rápida iteración es una señal de que, dentro del Ejército de Estados Unidos, se está reconociendo que el enfoque tradicional para el desarrollo y la adquisición de plataformas tecnológicamente avanzadas puede haber llegado a su límite. En una era en la que los avances tecnológicos son rápidos y las amenazas evolucionan constantemente, este modelo parece cada vez menos sostenible.
Nuevos drones podrían equilibrar costos y eficacia en la Fuerza Aérea de EE. UU.
El costo de mantener la superioridad aérea sigue en aumento. Si sumamos el costo de cada avión y lo multiplicamos por cientos de millones, la cifra resultante es alarmante. Sin embargo, la integración de sistemas no tripulados, especialmente a través del programa Collaborative Combat Aircraft (CCA), podría cambiar esta realidad, añadiendo una nueva capa de complejidad pero también de eficiencia a la estrategia futura de la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
El objetivo de este programa es que los drones trabajen junto a las aeronaves tripuladas, lo cual podría disminuir la necesidad de plataformas más costosas, como los cazas NGAD y F-35, para cumplir determinadas misiones. Los drones del CCA están diseñados para actuar como «compañeros leales», capaces de ejecutar diversas tareas, como la vigilancia, la guerra electrónica e incluso participar en combate directo. Esta capacidad permitiría reducir los costos operativos y minimizar los riesgos que enfrentan los pilotos en operaciones de alto riesgo.
Además, esta iniciativa coincide con una tendencia cada vez mayor hacia la adopción de capacidades definidas por software, en las que se da prioridad a la actualización y evolución del software por encima del hardware. No obstante, como en cualquier proyecto, los detalles y, sobre todo, los costos reales determinarán si este enfoque será viable a largo plazo. Es probable que, si estos sistemas no tripulados son rentables y tecnológicamente avanzados, desempeñen un papel más relevante en las futuras operaciones de combate aéreo.
Es posible que los altos costos proyectados de plataformas como el F-35 y el desarrollo de la NGAD hayan impulsado a los responsables de la Fuerza Aérea a reconsiderar sus prioridades. Aunque la tecnología de vanguardia sigue siendo esencial para mantener la competitividad entre naciones, también parece cada vez más evidente que no existe una solución única para todos los escenarios. Quizá por fin se esté adoptando un enfoque más flexible, equilibrado y rentable para el poder aéreo.
La búsqueda de soluciones más económicas, como el desarrollo de cazas ligeros, junto con el avance en los sistemas no tripulados y las capacidades definidas por software, podría marcar una nueva dirección en la aviación militar de Estados Unidos. Sin embargo, el verdadero reto será encontrar un equilibrio adecuado entre la tecnología avanzada, la flexibilidad operativa y la responsabilidad fiscal. Solo así se podrá garantizar la superioridad aérea estadounidense en un escenario global cada vez más complicado.
Este cambio de enfoque requerirá abandonar las formas tradicionales de hacer las cosas. Y aunque el término que el Departamento de Defensa ha adoptado para describir este proceso es «adaptación», la clave será si realmente podemos avanzar hacia una nueva forma de pensar y actuar en términos de poder aéreo. ¿Seremos capaces de lograrlo?