Apodado el “Dorito volador” por su forma inconfundible, el A-12 Avenger II pretendía suceder al Intruder en funciones, pero se enfrentó a dificultades para cumplir con su rol diseñado, fusionando atributos de bombardero con capacidades de combate aire-aire en una combinación que resultó ser problemática.
Pese a las expectativas y el interés demostrado por diversas divisiones de las fuerzas armadas, el programa del A-12 fue cancelado en 1991 por el secretario de Defensa, Dick Cheney, tras haber absorbido ingentes recursos financieros sin lograr alcanzar la capacidad operativa.
Esta decisión precipitó significativas disputas legales y emergió como una lección cautelar dentro del ámbito de adquisiciones de defensa en Estados Unidos, moldeando indirectamente el desarrollo de futuras iniciativas como el F-35 Lightning II, que se benefició de los errores cometidos durante la gestión del A-12.
Nacimiento y caída del A-12 Avenger II
El A-12 Avenger II, denominado en honor a la aeronave naval de la Segunda Guerra Mundial, estaba concebido como el siguiente bombardero estratégico de la Armada, operable desde portaaviones.
Su diseño incorporaba tecnologías de sigilo avanzadas, empleando costosos materiales compuestos para conformar su distintiva silueta triangular. Sin embargo, el “Dorito volador” jamás cumplió con las altas expectativas puestas en él.
En 1991, el secretario de Defensa, Dick Cheney, tomó la decisión de cancelar el programa, el cual se había visto plagado por excesivos sobrecostos y múltiples problemas técnicos.
Inicialmente, el A-12 Avenger II se presentó como un proyecto prometedor en la década de 1980, despertando el interés del Cuerpo de Marines, que planeaba adquirir un considerable número de estas aeronaves. Incluso la Fuerza Aérea exploró la posibilidad de integrar este modelo a su flota como su próximo bombardero de avanzada.
No obstante, el destino del A-12 sería otro. Evolucionó de ser considerado la vanguardia aérea del futuro a convertirse en un caso de estudio sobre el derroche gubernamental, la ineficiencia en los sistemas de adquisición, la falta de comprensión del panorama estratégico y, como es habitual, la influencia perniciosa de la política.
De haberse desarrollado según lo planeado, el A-12 podría haber consumido hasta el 70% del presupuesto de la Armada de EE. UU. en apenas tres años.
Desempeño y limitaciones del A-12 Avenger II en contexto operativo
Se esperaba que el A-12 Avenger II fuera un bombardero robusto, sin embargo, su capacidad para transportar munición se limitaba a solo 5,000 libras. En comparación, el Intruder, el modelo al que estaba destinado a reemplazar dentro de la Armada, podía llevar hasta 18,000 libras de carga bélica.
A pesar de su diseño primordial como bombardero, el “Dorito volador” estaba equipado con bahías de misiles internas diseñadas para misiles aire-aire, evidenciando un intento de multifuncionalidad en sus operaciones.
Con la capacidad de alcanzar velocidades de hasta 580 millas por hora y un alcance operativo aproximado de 500 millas, el A-12 tenía potencial, pero su diseño y coste eran prohibitivos. Su envergadura reducida facilitaba la alineación y almacenamiento en los estrechos hangares de los portaaviones, pero fallaba en cumplir con las expectativas militares establecidas. El A-12 ocupaba un espacio ambiguo entre ser un caza de superioridad aérea y un bombardero convencional, lo que lo relegaba a una posición incómoda dentro del arsenal de la Armada.
El A-12 Avenger II: Un puente hacia futuros desarrollos aeronáuticos
A pesar de sus deficiencias, el desarrollo del A-12 fue crucial como eslabón de transición entre el bombardero furtivo F-117A de la Fuerza Aérea y el más avanzado F-35 Lightning II, que posteriormente fue adoptado por la Armada, la Fuerza Aérea y el Cuerpo de Marines.
Una publicación destacó que el “A-12 caminó para que el F-35 pudiera volar”, sugiriendo que los aprendizajes derivados del programa A-12 fueron fundamentales para los desarrollos posteriores.
Sin embargo, el A-12 fue conceptualizado para un conflicto que nunca llegó a materializarse, y después de años sin resultados tangibles ni la capacidad para sustituir efectivamente al Intruder, el programa fue finalmente cancelado.
Esta cancelación no solo fue la más costosa en la historia militar de EE. UU., sino que también desató una vasta demanda legal que sacudió las bases del complejo industrial de defensa del país.