En los últimos años, Eurasia se ha convertido en un espacio geopolítico crucial, donde las potencias mundiales definen sus intereses a través de narrativas históricas, sociales y culturales. En particular, la región del Mar Negro se ha visto cada vez más envuelta en una red de intereses políticos, militares, comerciales y energéticos superpuestos de las grandes potencias mundiales y tradicionales. Debido a su posición geográfica entre varias elipses estratégicas, la región del Mar Negro permite la proyección de poder sobre el continente europeo, principalmente en los Balcanes y Europa Central, pero también en el Mediterráneo Oriental, el Cáucaso Meridional y el norte de Oriente Medio.
Tras el colapso de la Unión Soviética, la región adquirió una importancia estratégica adicional, ya que contiene rutas de transporte para los recursos de hidrocarburos del Caspio, Asia Central y Oriente Medio hacia la Unión Europea (UE). Sin embargo, en el periodo posterior al año 2000 se ha producido una notable transformación en el escenario geopolítico del Mar Negro. En los últimos años, la región del Mar Negro se ha convertido en un lugar central de la nueva confrontación ideológica entre Occidente y Oriente, de la competencia entre la Rusia ortodoxa y la civilización occidental, y en una zona permanente de luchas de poder. Estos acontecimientos afectan a la seguridad y la estabilidad de la región del Mar Negro de varias maneras. La militarización incontrolada, el crimen organizado, el terrorismo, la creciente influencia de la desinformación y la ausencia de políticas globales de consolidación de la paz a nivel nacional y regional hacen que la región sea muy vulnerable.
Mientras que la región fue ignorada en gran medida por los planificadores políticos occidentales desde el final de la Guerra Fría, Rusia y Turquía han trabajado intensamente para reforzar sus capacidades políticas y económicas. De hecho, ambos países han aumentado sus esfuerzos para construir un nuevo orden regional que responda mejor a sus respectivos intereses nacionales. El nuevo régimen regional se caracteriza por una complementariedad finamente equilibrada que permite a ambos países utilizar estrategias diplomáticas flexibles y sensibles al contexto. En su forma actual, el modelo de complementariedad ruso-turco se basa en el reconocimiento mutuo de esferas de influencia y en la voluntad de hacer concesiones para obtener resultados mutuamente beneficiosos. El objetivo principal es elaborar normas comunes para gestionar mejor la relación global, así como la dinámica y las prioridades regionales. Esta estrategia va acompañada de los esfuerzos de cada país por desarrollar economías nacionales fuertes y robustas. Ambos países han alcanzado diferentes niveles de desarrollo en los últimos años. Sin embargo, se han convertido en potencias influyentes gracias a la continua expansión de su postura militar y económica, acompañada de una asertiva campaña de información y una retórica inflexible.
Un elemento especialmente llamativo de la estrategia de ajuste ruso-turca es impedir el aumento de la influencia occidental en la región. Más concretamente, ambos países se perciben a sí mismos como superpotencias regionales y ven la región del Mar Negro como una parte crucial de su discurso de política exterior. Tras el colapso de la Unión Soviética, los socios occidentales veían a Ankara como un contrapeso frente a Rusia y parecía ser la única potencia capaz de resistir los movimientos rusos en la región del Mar Negro. Los liberales liderados por Occidente creían en general que Ankara daría forma al perfil de seguridad de la región y, por tanto, aumentaría el futuro dominio occidental. Sin embargo, los cambios en los procesos geopolíticos después de 2007 provocaron una dinámica bastante inesperada en la política exterior turca. El agresivo regreso de Rusia en 2007, la adhesión de Bulgaria y Rumanía a la UE mientras las conversaciones de adhesión de Turquía con la UE terminaban repetidamente en un punto muerto, y los nuevos planes de ampliación de la OTAN que se anunciaron durante la Cumbre de Bucarest en 2008 fomentaron una recalibración estratégica en Ankara. Turquía, con sus lazos históricos y la costa más larga entre los Estados ribereños de la región, ha empezado a aplicar una política activa de creación de un regionalismo consciente del Mar Negro. Ha asumido un papel de liderazgo iniciando diversas formaciones. Tras la guerra ruso-georgiana de 2008, el presidente Erdogan puso en marcha el Pacto de Estabilidad y Cooperación del Cáucaso con Rusia y los países del Cáucaso Sur. Sin embargo, la falta de concepciones regionales, el dominio de Rusia y las limitadas herramientas de política exterior de Turquía han hecho imposible hasta ahora la regionalización de la región del Mar Negro. Resulta llamativo que los socios occidentales hayan sido excluidos de este formato. Con ello, Ankara envió un claro mensaje a sus socios occidentales de que prefería definir la arquitectura de seguridad regional junto con Rusia.
Esta tendencia volvió a ser evidente durante el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán por la región de Nagorno-Karabaj en 2020. Para asegurarse un lugar en el sur del Cáucaso, Ankara negoció directamente con Rusia las futuras iniciativas de consolidación de la paz y socavó el papel del Grupo de Minsk de la OSCE, que había sido el único formato de diálogo internacional para la consolidación de la paz en el conflicto.
A pesar de los intereses divergentes en Siria y de otros graves desacuerdos, Turquía y Rusia se han movido con cuidado en los últimos años para no perjudicar su tándem común en la región del Mar Negro. Incluso se han encontrado en un nuevo campo. Desde el intento de golpe militar de 2016, Ankara había recalibrado significativamente su forma de entender la cultura de la seguridad nacional. Ambos países comparten ahora la convicción de que la sociedad liberal y los elementos democráticos dirigidos por Occidente amenazan la seguridad nacional. Esta actitud se ha traducido en fuertes políticas internas represivas que tienen un enorme impacto en el discurso de la política exterior. Esto se ha manifestado en la reproducción de un rumbo agresivo de la política rusa en la estrategia de la política exterior turca. En los últimos años, el presidente Erdogan ha actuado de forma agresiva para demostrar que Turquía se ve a sí misma como la potencia política y militar preeminente en Oriente Medio y la región del Mar Negro. Turquía se está alejando de la ideología kemalista pro-occidental hacia un nacionalismo autocrático neo-otomano expansionista. El comportamiento agresivo de Turquía en el conflicto entre Azerbaiyán y Armenia en 2020 y la demostración de la creciente industria de defensa dejaron claro que Turquía busca ser un actor central en la región más que un puente entre Oriente y Occidente o un exponente del Occidente colectivo.
La reciente decisión de Turquía de rechazar las solicitudes de adhesión a la OTAN de Suecia y Finlandia argumentando que ambos países apoyan a los “terroristas”, es decir, al grupo militante del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y al YPG kurdo sirio, al que considera estrechamente vinculado al PKK, es una muestra de la ruptura ideológica y política entre Ankara y sus socios occidentales. La objeción de Turquía debe situarse en un contexto más amplio, concretamente en el tándem ruso-turco. Otro elemento de la estrategia turca es su rumbo poco claro con respecto a la guerra de Ucrania. Aunque Ankara apoya la integridad territorial de Ucrania, sigue manteniendo la puerta abierta a Rusia.
En los últimos años, es evidente que Occidente ha subestimado esta dinámica política cambiante en la región del Mar Negro. El debate político en Estados Unidos y Europa hacia la región se centró principalmente en las narrativas agresivas de Rusia. Sin embargo, la estrategia de Occidente necesita un replanteamiento radical y una respuesta clara a la convergencia ideológica entre Rusia y Turquía. Tienen que definir sus narrativas clave ante la nueva situación geopolítica y el impacto de la creciente cooperación entre Moscú y Ankara. En particular, la asociación con Turquía requiere nuevas perspectivas y una nueva comprensión de la confianza y la fiabilidad.